25 septiembre 2011

Pizza al cuadrado, la mejor.



De todas las pizzas que he catado fuera de Italia, la que hacen en Pizza al Cuadrado se lleva el primer premio. Se trata de un local de pizza al taglio (al peso) con horno y despacho en la calle Barco nº 45. A base de mucho trabajo y buen hacer los dos socios belgas han ido creciendo hasta abrir su segundo local en la calle Ballesta 10, éste con mesas y una distribución muy cómoda cuando no está hasta arriba.

La masa es perfecta, los ingredientes bien combinados y de excelentes calidades. El aspecto insuperable, la atención rápida y la relación calidad-precio es inmejorable. Digan lo que digan los posmodernos defensores de la comida rápida, teniendo pizzeros como ellos en la ciudad, encargar la pizza radioactiva de algunas franquicias, merece un castigo.


11 septiembre 2011

Aerodelicias


Tengo muchas cosas que contaros con respecto a mis últimas experiencias culinarias, pero dado que hoy es 11 de septiembre, este tema me ha parecido adecuado.

Odio volar. Lo odio. Y cada vez más. Volar es una de esas actividades que, justo al contrario de lo que ocurre con comer, menos te apetece cuanto más practicas.

No es sólo que tenga un miedo bastante razonable a morir a bordo de un aparato que vuela a 12.000 metros sobre el suelo a casi mil kilómetros por hora que en cualquier momento puede ser estrellado por señores con turbante contra edificios muy altos (aunque admito que tanto en el despegue como en el aterrizaje, pese a no ser creyente, me persigno y después beso de forma compulsiva una medallita de San Antonio bendita que mi abuela me regaló). Es también que detesto los aeropuertos. Son como tanatorios petados de publicidad de marcas de lujo. ¿A quién pretenden engañar? Por muchas cosas bonitas y caras que te compres en tierra, si te estrellas desde esa altura a esa velocidad poco va a importar que las gafas de sol que te pongas en la cabeza tengan un logotipo dorado de Dior.

Pero tengo que admitir que cuando viajo en primera (y eso no ocurre muy a menudo) hay un momento en que hasta me gusta estar en el avión. Y ese momento es cuando las azafatas traen la comida.

Yo no sé quién es el cerebro detrás de los menús de los aviones, pero tiene espíritu de abuela, porque la frecuencia y cantidad con la que te alimentan es propia de una señora que te quiere ver muy rolliza y contenta.

El último vuelo que he hecho en primera ha sido a China. Doce horitas de nuestro señor Jesucristo.

Los siento chicos, pero en el destino me robaron la cámara de fotos, así que no tengo imágenes para documentar lo que aquí cuento; por eso intentaré ser breve y gráfica.

A lo largo de todo el viaje nos pusieron muchísimas cosas para comer, desde bolsitas de anacardos y avellanas hasta helados Haagen Dazs de cookies.
Pero el menú de cena de la idea estuvo especialmente rico. Os lo cuento aquí tal y como aparecía descrito en la carta que nos entregaron:

1. Tartar de tomate y mozarella (es decir, un picadillo de tomate con queso)
2. Gourmet appetizer + Ensalada de temporada (creo que el apetaiser este era una mini tablita de quesos, aunque no estoy segura de si eso fue a la vuelta)
3. Especialidad china: Guiso de cerdo y bambú con salsa bao, arroz, repollo de Shanghai y cacahuetes.
4. Pastelitos surtidos.

El guiso estaba que-se-te-iba-la-olla.

A la vuelta me encontraba demasiado cansada como para anotar lo que nos sirvieron, aunque recuerdo que a la hora del desayuno la tortilla francesa con salsa bernaise me supo a gloria.

El placer que supone comer estas delicias se ve acentuado por el hecho de que en los vuelos largos en primera clase puedes ver los estrenos cinematográficos. Así que mientras daba buena cuenta de mi estofado cerdil me tragué también 'La boda de mi mejor amiga'. Sin duda la mejor película que he visto en los últimos seis meses.



Y, bueno, que sepáis que no soy la única fan de la comida aérea que hay en el mundo. De hecho, hay tantos fans que existe una web llamada Airlinemeals, una especie de base de datos de menús de las compañías aéreas, donde los viajeros cuelgan fotos de las comidas que más les han gustado. La que podéis ver arriba de todo responde al que ellos han considerado el mejor menú de 2011. ¿Cómo es quedáis?

¿Cuál ha sido la mejor comida que habéis probado vosotros a bordo de un avión?

03 septiembre 2011

El pepinillo que se te va la olla

He descubierto una tienda cerca de mi casa que vende unos pepinillos rellenos casi tan ricos como los de Variantes Carlos en el mercado de Barceló (pabellón amarillo puesto nº161 ). Es El Cisne, en la calle Eloy Gonzalo, uno de esos sitios que exhibe un montón de patatas fritas pegadas al escaparate. Tienen snakcs de fabricación propia, legumbres al peso y las mejores aceitunas de Campo Real que he tomado nunca. Desde que vivo en Madrid, varias han sido mis experiencias con los pepinillos, pero de momento ninguna supera a las que he disfrutado en estos dos negocios.

Hay otra tienda de encurtidos en el rastro que vale la pena, más que por el sabor de sus productos, por la forma en la que los muestran: enormes cubetas llenas de alcachofas de Almagro, olivas, ajos e infinidad de frutos en vinagre ocupan el local. Pese a lo impactante del espectáculo el vinagre, demasiado presente en cualquier cosa que te lleves a la boca, desmerece su género.

La frase "me he comido un pepinillo que se te va la olla" pronunciada por una querida amiga, ha marcado para mi un antes y un después en las conversaciones sobre caprichos inconfesables: A unas les priva el chocolate, a otras nos enloquecen los pepinillos (Aleluya, por fin alguien lo verbaliza!). Para aquellas mujeres de ciudad que mueran por un pepino bien aderezado, El Cisne es la tienda de variantes a tener en cuenta.


26 agosto 2011

Mi viaje de amor cuatro días en Lisboa



Mi viaje de amor cuatro días en Lisboa ha estado jalonado de experiencias culinarias que estoy deseando compartir. A saber:

La cocina tradicional, a base de pescados y carnes á grelha (a la brasa), con su lechuga y su arroz al vapor. Resulta de lo más saludable cuando consigues abstraerte de la paliza que te dan hasta conseguirte como cliente.

Para comer tipical y de calidad, es preferible escapar de las cartas en cuatro idiomas. Encontramos una buena opción en O Alto (barrio que se ha renovado a base de bares de copas y tiendas de ropa, en el que le ofrecerán más chocolate que en Marruecos). Pese al ambiente global, el bacalhau sigue siendo plato estrella, lo ponen acoentrado o á minhotada (frito con mucha cebolla y patatas chip).

No se puede abandonar Lisboa sin degustar un arroz de tamboril (rape). La sugerencia del blog Lisboando, el Stop do Barrio resultó un acierto. Fuimos, lo probamos y repetiremos. Restaurante familiar con platos exquisitos a precios auténticos. Para aquellos que tienen como máxima personal “allá donde fueres, haz lo que vieres”, de primero que no falte un buen cuenco de caldo verde.

Fue muy emocionante la escapada a las playas de A Caparica (recomendación de Dolcito Dolce y Chechu), 30km de arena y mar abierto que discurre hacia el sur. Para comer nos llevamos un picnic con fritangas portuguesas varias que nos compramos en una freiduría de la ciudad: reçois y croquetas caseras.

Los dulces merecen un capítulo aparte. Mis preferidos son los pasteles de zanahoria, sudados y jugosos, tan dulces que duelen los dientes. El bolo de arroz no está mal si lo acompañas de café para evitar que se te atasque (es un poco seco). A pesar de ser fanática de los mismos postres que se comería mi abuelo, no puedo con la crema (que es muy amarilla) ni los bocaditos con yema o coco.


Algo más light, entre azulejos y sillas tapizadas en los noventa, a Castella do Paulo sirve postres típicos luso-japoneses, auténtica variedad multicutural a los pies de Alfama que ofrece te verde tanto con pastéis de nata (el chute hipocalórico portugués por excelencia), como brioche japonés relleno de habichuela. El propietario y pastelero Paulo Duarte, se ha aprendido la receta de la Castella, un dulce llevado por los portugueses a Japón en el siglo XVI. Toda una suerte dar con él porque necesitábamos lavarnos las manos después de haber revuelto montones de ropa usada en el Mercado de Ladra del Campo de Santa Clara. Allí los yonkies comen fabada enlatada entre vajillas victorianas y radios de coche robadas. Estoy deseando volver.

31 julio 2011

Qué bien te conservas!


Tengo suerte de tener un pituti madrileño con familia diestra en el arte de las conservas. Extraordinariamente deliciosas en todas sus modalidades, las conservas de La Isina son un regalo para el paladar. De derecha a izquierda: Mermelada de ciruela, bonito en aceite de oliva y salsa de tomate. Gracias  señora por estos alimentos que vamos a recibir. Ñam!